La primera vez que quise
a alguien con tanta intensidad y me hicieron sufrir me prometí a mi misma que
jamás volvería a dejar que me hiciesen daño. Intenté poner una barrera,
encerrarme en mí misma de tal modo que si no volvía a querer a nadie más nadie podría
volver a herirme. Suena estúpido, lo sé pero aquel dolor había sido tan duro
que no quería volver a experimentarlo. Sentía un frío devastador en mi interior
que parecía no quitarse con nada, no importaba que en el exterior fuese verano
o que yo estuviese abrigada, cada vez sentía más frío. Más sufrimiento. Era
como sentir cientos de cuchillos clavandose lentamente en lo más hondo de tu
cuerpo, algo que no desearías ni a tu peor enemigo. Cuando logré salir adelante
decidí que si el amor hacía tanto mal no quería volver a enamorarme, no quería
volver a entregarme tanto. Una vez alguien definió que el amor era "Darle
el poder a alguien de destruirte" en aquel momento pensé que no había
mejor definición para sentimiento tan bonito y cruel a la vez.
Tiempo después, alguien
llegó. Sin esperarlo y sin buscarlo apareció. No estaba en mi mente darle ni
media oportunidad pero el se molestó en ir quitando poco a poco cada piedra de
mi muralla. Consiguió calarme hondo con paciencia y demostrando que el amor no
siempre es sinónimo de pena, que con paciencia las sonrisas y la felicidad
también llega. Llenó los momentos de buenos recuerdos, de besos, de caricias y
de palabras bonitas sinceras. Algo único y maravilloso que jamás había vivido,
algo que pensaba que solo había en películas y libros de amor. Y entonces
entendí la verdadera definición del amor, "es darle a alguien el poder de
destruirte y confiar en que no lo hará". Fue lo que fallo anteriormente,
mi miedo a la soledad, mi falta de confianza en mí misma y en aquella persona.
Tardé en entender que la culpa no había sido mía, que yo no era la que había
errado que a veces, las cosas salen mal para que aprendamos de ellas y que
probablemente esa no era la persona, el momento o el lugar con la que yo tenía
que pasar el resto de mi vida. Entendí que se aprende a base de daños y no de
años; y que tendré que vivir mil momentos más, tropezando mil veces con la
misma piedra pero sin abandonar el camino hasta que me tropiece con la
felicidad porque será ella la que me encuentre a mi y no yo a ella.
El momento en que has completado la frase... Oh.
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