Estimado señor del mundo:
Empiezo esta carta que nunca
enviaré con un “estimado” por empezar de alguna forma. Yo no le conozco a usted y usted tampoco a mí
puesto que solo soy una más entre los siete mil millones habitantes de este
planeta pero sentía la necesidad de escribirle. Como he dicho antes, no le
conozco a usted personalmente pero sí conozco a los que supongo que serán los
que le representan en la tierra. Hablo, por supuesto, de los banqueros, políticos,
empresarios de grandes multinacionales y toda esa gente que controla el mundo.
Desde que era niña me han
enseñado que cuando se tiene poder hay que saber usarlo con cabeza y sin abusar
cosa, que permítame la indiscreción, estos señores no hacen. Con todo el
respeto que puedo acumular después de ver la situación en la que se encuentra
el mundo, quisiera decirle que esto ha llegado demasiado lejos, que hemos
llegado a un punto en el que la vida de un ser humano no vale nada mientras que
unos míseros céntimos son lo más importante.
Pero deje que me explique con
varios ejemplos, unos recientes y otros pasados pero a fin de cuenta,
importantes todos aunque no se les diese la consideración que debería.
En 2008 un banco reclamó una
deuda de tres céntimos a un cliente que había retirado un crédito en la
entidad. ¿Se da cuenta de lo insignificante que es esa cantidad? Pues supongo
que para los amantes del dinero era importante hasta el punto de querer
exigirla. En el mismo año, recuerdo haber leído una noticia que paso sin pena
ni gloria en la que La Agencia Estatal Tributaria había embargado las cuentas a
un vecino de Salamanca por una deuda de dos céntimos de euro. Fíjese que este
cantidad es aún menor que la anterior y mientras que aquella llevó a una
reclamación de ésta surgió un embargo. En 2009 una compañía de gas cortó el suministro
a una mallorquina por una deuda de quince céntimos. Quince céntimos con los que
por aquel entonces, podías comprar una piruleta que ahora ya ni eso, pero
quince céntimos por los que una mujer no tuvo agua caliente, calefacción o gas
durante unos días.
Dejando a un lado los embargos y
deudas por cantidades ínfimas con las que poco se puede solucionar quisiera a
ir a un tema de actualidad que cada día hace que pregunte en qué se está
convirtiendo este mundo: Los desahucios. Desahucios que producen angustia y un
sentimiento de agobio por no saber qué hacer, por quedarte en la calla sin
tener donde vivir. Los que corren con un poco de suerte cuentan, a veces, con
familiares que pueden ayudarles durante un tiempo, otros simplemente se
encuentran en la calle de la noche a la mañana. Casos de desahucio que han
llevado al suicidio por no ver la salida entre tanta oscuridad. Enhorabuena,
amos del mundo le han logrado dar más importancia a un montón de billetes antes
a una vida. Si fuese poco todo este tema, ahora Cospedal, quiere prohibir usar
la palabra “Desahucio” y utilizar términos menos contundentes.
Contundente es el hecho de que a
este paso el futuro de España y del mundo es tan negro como el carbón. Más allá
de los desahucios y de las deudas nos encontramos con las injusticias. Vivimos
en un mundo en el que a un hombre que crea una web para descargar archivos le
caen 50 años de cárcel pero a alguien que comete crímenes de asesinato muchos
años menos y a un político que roba y llega a acumular más de 32 millones de
euros de dudosa procedencia se le deja en la calle. Déjeme decirle que es hora de parar con todo esto, de qué usted haga
o espere a que lo hagamos los ciudadanos, pero entonces no espere una buena
solución para usted y sus compinches. Pero si las cosas siguen como hasta
ahora, seguiré el ejemplo de Groucho Marx y diré “Paren el mundo que yo me bajo”.
Atentamente,
Una simple ciudadana.
-
María Miranda -
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