Huesos calados de soledad y frío.



Llega diciembre y el frío ya no solo se encuentra en la calle. Está en sus huesos y ni los abrigos ni las mantas consiguen hacer entrar en calor su cuerpo.  Es más que una sensación térmica, es una sensación producto de la soledad, los remordimientos  y el miedo. 

 Odio sentirme así – piensa – pero tal vez, me lo merezca. 
 
Camina lentamente por el metro de Barcelona. Se deja empujar por las prisas de la gente, pero no importa, hoy nada importa.  Mientras avanza se imagina la historia de cada una de esas personas. Qué habrán vivido, que estarán viviendo o cuantas cosas les quedarán por vivir. Intenta adivinar, aunque sea imposible,  qué les habrá llevado a la ciudad Condal. Cualquier excusa parece buena con tal de no pensar, de olvidar como se siente y sobretodo de dejar aparcados todos esos remordimientos que pesan en su conciencia. 

 Anda tan despacio que parece que es nueva en esta ciudad, casi podrían confundirla con una turista más pero no, lleva ya dos años viviendo en esta ciudad así que prácticamente conoce cada recoveco. Decide ponerse los cascos y darle al aleatorio, esta vez sin pasar de canción en canción hasta encontrar la que quiere. Sólo quiere escuchar algo, algo más allá de las idas y venidas, de las palabrotas y los gritos, de las ruedas de las maletas, algo que haga olvidar donde está y a qué tiene que enfrentarse. 

“És de nit, és tot fosc, estic sol y no hi ha nin ningu…” empieza a sonar en su IPod. Quizás la canción que menos le apetecía escuchar pero una que se asemeja bastante bien a la realidad. Se siente sola aunque a su lado pasan personas continuamente y aunque es mediodía, ella solo quiere que se haga de noche, cerrar los ojos y que al día siguiente todo cambie y si no es posible dormir durante semanas.

 Llega al andén y el metro aparece a los dos minutos, se monta y durante quince minutos intenta fijarse en cualquier cosa antes de pensar todo lo que va a tener que afrontar al llegar a su casa. La realidad le va a dar de golpes y el mundo paralelo de la música va a llegar a su fin. Cuando llega a su parada se baja y comienza a caminar tan despacio como sus pies y le permiten. Por suerte, se ha bajado poca gente y su parada es poco transitada por lo que no hay empujones, gritos o estrés. Apenas hay diez personas. Cuando sale a la calle deja que la lluvia la empape. No tiene paraguas y no lleva abrigo, tampoco le preocupa. La lluvia no podrá calarle más los huesos de lo que lo hacen sus sentimientos. Cada vez se acerca más a su destino y no tiene demasiadas ganas.  

Se encuentra ya frente al portal, saca las llaves saluda al portero con un leve movimiento de cabeza por no tener que fingir una sonrisa. Pulsa el botón del ascensor y espera a que baje del noveno, cuando llega pulsa el botón siete y se apoya contra una de las paredes mientras espera llegar a su planta. Odia los ascensores, odia los sitios cerrados y odia la soledad que siente y que se va a haciendo más grande a cada piso que sube. 

Los días como hoy, cuando se siente tan sola sin nadie que venga y le haga compañía y la rodee con sus brazos sin motivo, es cuando desea mandarlo todo a la mierda. Dejarlo todo y huir porque es en estos días cuando olvida que está aquí para cumplir su sueño. Sí, está aquí para ello pero está sola, más sola que nunca.

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