Ni el café bien caliente lograba
calentar un corazón tan frío aquella mañana.
“Frío” era un adjetivo que comenzaba a quedarse corto, su corazón estaba
congelado. Tanto tiempo sin sentir, sin
querer y negándose a amar lo habían convertido en un trozo de hielo metiendo en
su pecho.
Ella no era mala persona, quizás
un poco frívola y un tanto irónica pero no era
perversa. La frialdad era un método de autodefensa, si lograba mostrarse
insensible y distante ante las personas, ellas no querrían meterse en su corazón
y de esa manera se ahorraba sufrimiento.
El inconveniente de este método es que en los
días de soledad nadie estaba allí para aliviarla, en sus mañanas tristes nadie
estaba al otro lado de la cama esperándola con una sonrisa y en las noches de
insomnio no había nadie que compartiese su vigilia. La soledad hacía sus
visitas cada vez más frecuentes, más duraderas y sobre todo más dolorosas. En
días como estos sentía la horrible necesidad de salir al balcón y gritar “Hoy
necesito a alguien” pero sabía con toda seguridad que eso sería gastar voz para
nada. Y entonces, prefería susurrar un “Te necesito” que nadie iba a escuchar
porque a veces, el grito más potente es un simple murmullo que sólo escucha
quién debe escuchar.
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