Hacía cuatro años que no le veía,
cuatro años en los que aquella chica pecosa, con aparatos en los dientes y
realmente torpe había pasado a ser toda una señorita decente y bonita. Cuatro
largos años en los que sus sentimientos habían mutado considerablemente, al
principio aquel amor ciego y estúpido por el que la mayoría pasa, aquel primer
amor que nos deslumbra y nos deja sin visión. Después tras la decepción y el
engaño, tras haber quitado aquella oscura venda de sus ojos, había sentido un
profundo odio, algo que nunca había sentido y que le dolía en el pecho. Una
extraña mezcla entre dolor, odio y rencor. Y ahora, tras aquel inesperado
reencuentro, un sentimiento que no sabría bien como definir ocupaba su pecho.
Se alegraba de verle y en el fondo un café con él en algún bar perdido por la
ciudad no sobaba tan mal, pero algo le decía que solo por el temor a volver a
sufrir debería mantenerse alejada.
Como siempre y haciendo uso a su
mayor atributo, la cabezonería, omitió aquella advertencia e ignoró a su
personal “Pepito Grillo”. Si tenía que volver a tropezar con la piedra,
tropezaría pero entonces le pegaría una patada y la quitaría de su camino. Dos
besos, un par de palabras cruzadas, tres o cuatro sonrisas y un “¿Por qué no
tomamos un café el domingo?” era el gran resumen de aquel inesperado
reencuentro.
Y tal como habían quedado, la
tarde de aquel domingo lluvioso de otoño, volverían a tener tiempo para
compartir cafeína, recuerdos y anécdotas. Todavía quedaba un rato para la hora
pero ella con su extrema puntualidad y su amor a los paseos bajo la lluvia, ya
había salido de aquel edificio céntrico que habitaba. La heroica ciudad que
describía Clarín estaba hoy algo menos transitada que de costumbre, la muchacha
caminaba despistada y a paso lento por el centro, sin prisas disfrutando de los
pocos momentos como este. Antes de lo que había deseado, llegó a aquella
cafetería en la que tenía la “cita”.
Quince minutos después, ahí
estaba él vestido con una simple camisa que sobresalía por un jersey azul, unos
vaqueros oscuros y unos zapatos. Le observo durante unos segundos mientras él
la buscaba con la mirada y cuando estas se encontraron la apartó rápidamente.
Le parecía extraño que el viniese con una pequeña maleta y quiso pensar que tal
vez se iba de viaje pero algo o mejor dicho aquel alguien llamado “conciencia”
le susurraba que se equivocaba.
Y efectivamente, tras unaextraña y amena
conversación ella sacó el tema.
- - ¿Y esa maleta? – dudó al preguntó dudando.
-Me vuelvo a casa, sólo he estado aquí cinco días
por trabajo. Sólo estaba visitando a unos amigos.
- - ¿A casa? He de suponer que Oviedo ya no es tu
casa.
- - Supones bien, hace tres años que vivo en Vitoria
con Marina y mi pequeña Daniela.
- - Oh… así que tu relación con Marina va viento en
popa. ¿Quién es Daniela?
- - Mi hija, solo tiene unos meses pero ya me ha
robado el corazón.
Ella se quedó en silencio. La coherencia había abandonado su
cuerpo y las palabras no querían salir por su boca. Tras unos minutos en silencio, él lo rompió.
-
- Bueno, tengo que marcharme. Mi tren sale en una
hora y quiero llegar puntual. Un placer volver a verte, Nerea. Espero que no pasen otros cuatro años hasta
volver a vernos. Adiós.
Y con ese “Adiós” se fue todo. Se fue él, se fue su
esperanza de volver a sentir algo y se fugó aquel pensamiento de “Todo hubiese
sido diferente si yo hubiese sabido perdonar”. Un adiós tan rápido como el humo
del café que se acababan de tomar y sobre todo, un adiós que zanjaba una
historia y un error pero sobre todo, una nueva lección aprendida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario